Isaac el Pirata navega por los mares vallecanos
Continúa el ciclo de cómic de aventuras en nuestro club de lectura con Isaac el Pirata de Christophe Blain
Miércoles 3 de junio, 19 horas: 10ª sesión del club de lectura de novela gráfica.
Artículo de Gerardo Vilches
(The Watcher and the Tower / @Watcherblog)
En la tercera y última sesión del ciclo de novela gráfica de aventuras, el club de la librería Muga propone la lectura de Isaac el pirata, del francés Christophe Blain. Inspirado por autores del movimiento de la Nouvelle BD como Sfar o Blutch, Blain ha entrado por la puerta grande en las grandes editoriales galas gracias a su increíble habilidad para el dibujo y a su facilidad para narrar historias cercanas a todo tipo de público. En Isaac el pirata, una de sus primeras obras de envergadura, reimagina el género de aventuras ambientadas en la Europa colonial y lo mezcla con la comedia romántica, la reflexión sobre la naturaleza humana y un humor muy sutil. Gus, su siguiente obra, hace lo propio con el género del western. En sus últimos cómics, en colaboración, Blain se ha sumergido en las ambigüedades de la política internacional con Quay D’Orsay.
Desde el 25 de mayo hasta el 6 de junio, en Muga acogemos una campaña de la editorial Norma, la editorial responsable de la publicación de algunos títulos clave de la BD de aventuras para adultos, con una amplia selección de sus mejores cómics que nos acompañarán durante esas dos semanas. El encuentro del club de lectura de novela gráfica para comentar la lectura de Isaac el pirata, que tendrá lugar el miércoles 3 de junio, a las 19 horas, será un magnífico colofón. Para animaros a leerlo y contextualizar su lectura dentro de la historia del BD de aventuras, os ofrecemos seguidamente otro extraordinario artículo de Gerardo Vilches, coordinador de este club de lectura en LIbrería Muga
Los orígenes de la BD de aventuras
Bande Dessineé —tira dibujada— o BD es el nombre por el que se
designa al cómic en Francia y Bélgica, estados considerados históricamente como
un único mercado debido a que comparten lengua y canales de distribución. Es
además uno de los tres ámbitos donde la historieta ha tenido mayor éxito y
tradición cultural, junto con Estados Unidos y Japón. Desde su consolidación en
el periodo de entreguerras, la BD estuvo dirigida a una audiencia infantil y
juvenil, y adaptó un modelo de publicación basado en revistas semanales donde
se ofrecían entregas de series, que posteriormente serían recopiladas en
álbumes que contenían historias completas. Por eso la BD no puede entenderse
sin toda una serie de personajes icónicos destinados a fidelizar a los niños y
niñas en su lectura y, posteriormente, a hacer posible la explotación de todo
tipo de productos derivados, desde series televisivas y películas a relojes,
figuras e incluso ropa.
Todo esto dio como resultado
cómics muy apegados a fórmulas narrativas sencillas y poco dadas al cambio, en
las que se ofrecía a los lectores una diversión más o menos blanca y escapista.
Y es por eso que el género de aventuras se convirtió muy pronto en el preferido
del público. La historia de la BD juvenil está llena de lugares exóticos,
viajes maravillosos y héroes intrépidos. Por ejemplo, uno de los primeros y más
conocidos de todos: la creación universal de Hergé, Tintin (1929), quien junto con su perro Milú y sus amigos el
profesor Tornasol y el capitán Haddock viajará por todo el globo, e incluso hasta
la Luna. Le siguen en popularidad René Goscinny y Albert Uderzo, los creadores
de Asterix (1959), una serie que se
basa en las aventuras de sus galos protagonistas y sus enfrentamientos con el
imperio romano, llenos de humor. Otros iconos de la BD más clásica son Lucky Luke (1946), creación de Morris, Los pitufos (1959) de Peyo o Spirou y Fantasio (1938), creación de
Rob-Vel popularizada por André Fraquin.
Aventuras ¿para adultos?
Como sucedió en el resto del
planeta, el cómic francobelga llegó a un punto de ebullición alrededor de los
sesenta. El público que había leído cómics en su infancia había crecido y
seguía demandando historias, la contracultura estaba en la calle, se hablaba de
arte pop y, al fin, la historieta comenzaba a legitimarse como arte, poco a
poco. En ese escenario aparece la revista Pilote
(1959), que imita el modelo de varias series por entregas ya existente pero se
dirige explícitamente a una audiencia más madura, a pesar de que su serie más
famosa siempre fue Asterix. Sin
embargo, su otra gran aportación estableció una nueva corriente en la BD, en la
que se dejaba de lado el dibujo caricaturesco y se adoptaba un estilo más
realista y académico para contar historias más sobrias, aventuras
protagonizadas por héroes más sombríos o incluso ambiguos antihéroes. Cambian
también
los escenarios, y gozan de gran popularidad las series bélicas, como Las aventuras de Michel Tanguy y Laverdure
(1959), guionizada por Jean-Michel Charlier y dibujada, en su origen, por
Uderzo. Charlier es el guionista clave de esta reformulación de los esquemas
clásicos, y responsable, junto al dibujante Jean Giraud, de El teniente Blueberry (1963), un western
polvoriento y crepuscular con el mejor aroma a Sergio Leone.
El siguiente paso en este
camino es la creación de un colectivo de autores que cambiarán la manera de
hacer cómic en Francia y Bélgica: Los Humanoides Asociados. Constituido en 1974
con miembros como Philippe Druillet, Jean Giraud o, poco después de su
fundación, el chileno Alejandro Jodorowsky, pronto comenzará a publicar Metal Hurlant (1975) una revista
explícitamente dirigida a personas adultas. Se empieza a hablar de cómic de
autor, de libertad creativa, de ruptura con los códigos censores y con las
fórmulas narrativas clásicas. Son tiempos de experimentación y locura. Giraud
se hace llamar Moebius y cambia por completo su estilo de dibujo. Aparecen las
drogas, el sexo, la ciencia ficción más lisérgica. De la mano de Jodorowsky y
Moebius, juntos y por separado, series como Arzach
(1975), El garaje hermético
(1979) y El incal (1980) introducen
temas de naturaleza metafísica y un tratamiento más explícito de cuestiones
tabúes en la BD hasta entonces. Además, cambiarán el concepto de serie: ahora
los personajes no son el centro del negocio, ni se convierten en interminables
franquicias que incluso continúan otros autores tras la renuncia de sus
creadores. Las aventuras de esta nueva BD duran un solo álbum o, a lo sumo, una
breve serie de los mismos.
La respuesta de la vieja
industria ante esta nueva propuesta —que, a la larga, acabará integrada en
aquélla— fue sofisticar el modelo popularizado por Charlier, añadiendo unas
gotas de erotismo, un dibujo espectacular y minuciosamente documentado y nuevas
ambientaciones. El pasado colonial es uno de los periodos predilectos para los
creadores de BD de género histórico como Los
pasajeros del viento (1980) de François Bourgeon, así como la edad media,
por ejemplo en Los compañeros del
crepúsculo (1984), del mismo autor, o Las
torres de Bois-Maury (1984) de Hermann. La fantasía heroica también tiene
su lugar con obras como Thorgal
(1977), del belga Jean Van-Hamme.
La revolución de la Nouvelle
Bande Dessineé
Todas estas tendencias
continuan hasta nuestros días. Las grandes sagas de aventura histórica y
fantástica siguen publicándose y han dado lugar a numerosas obras inspiradas en
ellas. Pero, paralelamente, se ha abierto otra vía que retoma en cierta forma
el espíritu de Los Humanoides Asociados pero llega mucho más lejos que aquel
colectivo en su ruptura con el mercado y la tradición: La Nouvelle Bande Dessineé.
El precursor más claro de esta
tendencia de cómic de autor es Jacques Tardi, un dibujante fuertemente radicado
en lo ideológico, que empezó a trabajar dentro de los márgenes de la gran
industria pero pronto los rebasaría. En 1976 crea su personaje más conocido en
un intento por realizar una serie de álbumes a la manera clásica: Las extraordinarias aventuras de Adèle
Blanc-sec, una aventurera de tono casi paródico y fuerte influencia del pulp y la serie B, con un tono crítico
hacia el militarismo y el patriotismo. Pero lejos de conformarse con ello,
Tardi comienza a desarrollar obras muy diferentes, como sus adaptaciones de
novela negra, en las que toma una decisión casi subversiva: renuncia al color
en un mercado en el que cada álbum tenía que ser poco menos que una
superproducción. Al entrar en los años 90 se centrará en las historias
ambientadas en la primera guerra mundial, como La guerra de las trincheras (1993), siempre desde un punto de vista
crítico y pacifista.
Tardi será uno de los faros de
una nueva generación de autores que en los noventa, coincidiendo con la crisis
del modelo tradicional y el cierre de cabeceras históricas commo Spirou o Pilote, abra definitivamente la vía del cómic de autor más personal
y libre. La Asociación es un pequeño sello independiente fundado por
Jean-Christophe Menu en 1990, abiertamente beligerante contra la gran industria
francobelga, y que rechaza tanto sus formatos —la revista y el álbum— como los
géneros clásicos, al menos tal y como eran tratados hasta entonces. Renunciaban
al color y, en un principio, a las
series continuadas, abrazaban la experimentación más radical y nuevas temáticas
como el periodismo y la autobiografía, y en su seno el grupo dio cabida a
algunos de los más importantes autores de vanguardia: Joann Sfar, Blutch, David
B., Marjane Satrapi, Lewis Trondheim, Emmanuel Guibert…
Pero al mismo tiempo que
exploraban esos nuevos temas, muchos de sus miembros se sintieron impulsados a
revisitar el género de aventuras que habían consumido con fruición en su
infancia y adolescencia. Sólo que van a hacerlo en sus propios términos,
rompiendo sus códigos, con estilos de dibujo muy sueltos, poco detallados,
mucho más expresivos que el clásico y encorsertado canon de la BD, e incluso
recurriendo al humor, tanto que en ocasiones sus cómics parecen inteligentes
parodias de las aventuras de toda la vida. Esta
visión posmoderna la
encontraremos tanto en sus primeras creaciones en La Asociación como en las
obras que dibujarán ya integrados en las grandes editoriales, siempre atentas a
los cambios en los gustos de su público. Irónicamente, la Nouvelle BD, el movimiento que nació para enfrentarse con la
industria, ha acabado siendo su renovadora y su salvadora.
Entre las principales
creaciones de este grupo de autores se hayan Lapinot (1995) de Trondheim, que homenajea a Spirou en varias
entregas de la serie, La mazmorra (1998),
creada por el propio Trondheim y Sfar como un conglomerado de series que
parodian la fantasía épica, La hija del
profesor (1997) de Sfar y Guibert, El
jardín armado y otras historias (2006) de David B. o la exitosa El gato del rabino (2002) de Sfar, en
cuyo quinto álbum se ofrece una ácida sátira del primer Tintin.
Christophe Blain e Isaac el
pirata
Pero hay un autor y una serie
que ejemplifican mejor que cualquier otro esta síntesis —¿o deconstrucción?— de
lo viejo y lo nuevo en el cómic francobelga: Christophe Blain y su Isaac el pirata. Blain es heredero tanto
de la tradición de la BD clásica como de la Nouvelle
BD, generacionalmente anterior a su debut profesional. Blain nunca ha
publicado en pequeñas editoriales como La Asociación, sino que ha empezado a
trabajar en el terreno abonado previamente por autores como David B. o Sfar.
Blain es un dibujante increíblemente dotado y expresivo, capaz de variar su
registro y dibujar estados de ánimo como pocos otros son capaces. Es
posiblemente el mejor artista de su generación, pero, al contrario que muchos
de sus compañeros, ha orientado sus intereses como autor hacia la revisión de géneros
canónicos como la aventura histórica y el western, en Isaac el pirata (2001) y Gus
(2007) respectivamente. Hemos escogido para nuestra próxima reunión del club de
lectura la primera, porque entendemos que encarna a la perfección todo lo que
simboliza el nuevo cómic de aventuras francés.
Isaac el pirata, con cinco álbumes publicados hasta la fecha,
arranca como podría haberlo hecho cualquier BD al estilo de Los pasajeros del viento: Isaac, un
pintor venido a menos, es engatusado por un marino para enrolarse sin saberlo
en un viaje en barco a las Américas, a bordo del galeón del pirata Jean. El
tratamiento es irónico ya desde el título de la serie, puesto que Isaac es
cualquier cosa menos un bucanero. En las primeras entregas vivirá aventuras
desprovistas de toda épica, pero muy pronto Blain comenzará a convertir su
creación en una comedia entre lo romántico y lo existencial. Isaac cambiará a
través de sus experiencias, se enamorará, intentará volver con Alice, la novia
que dejó en París y que rehará su vida con otra pareja, hará nuevos amigos,
ingresará en una banda de ladrones e intentará retomar la enfriada relación con
su padre.
Cuanto más se relaja el lápiz
de Blain más mejora su dibujo, capaz de mostrar todo tipo de emociones. Sus
chispeantes diálogos y su brillante construcción de personajes, anacrónicamente
actuales en su modo de pensar, son claves en la construcción de una serie donde
la aventura es algo más que una peripecia o un viaje en barco. Como nos sucede
hoy en día, Isaac y sus amigos viven en un permanente estado de insatisfacción,
y cuando creen haber alcanzado sus deseos suelen descubrir que no saben lo que
quieren. Y en ese conflicto reside el secreto de por qué nos resultan tan calurosamente
humanos los personajes de esta farsa histórica.
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