Librero de Guardia / 3

Sexo, alcohol y literatura. Amor finlandés a quemarropa
Carta a mi mujer, Pentti Saarikoski, Editorial Nórdica, 2016

   Si lees la breve reseña fusilada por cierto por Wikipedia en su totalidad que hace la siempre elegante y cuidada editorial Nórdica de Pentti Saarikoski (1937-1983), en la que descubrimos que fue uno de los escritores más sobresalientes de Finlandia en los años 60 y 70, como poeta y traductor de clásicos como Ulises de Joyce, El guardián entre el centeno de Salinger o autores griegos y latinos como Eurípides, Heráclito, Safo o Jenofonte, uno no puede sino asombrarse, por prejuicio y desconocimiento, al abrir el libro y encontrarse con un texto franco, hilarante y serio a la vez, con una prosa repleta de alusiones al sexo y al alcohol sus dos obsesiones mayúsculas en esta larga carta de amor a quemarropa que escribe a su mujer en la distancia. Un texto escrito en 1968 pero que casi cincuenta años después aún nos parece moderno y en el que hay que destacar la magnífica traducción de Luisa Gutiérrez. 

 
   En su primera lectura surge inevitablemente la comparación y el recuerdo con Charles Bukowski contemporáneo en su plenitud de Saarikoski, pero más mayor por su escritura excesiva, torrencial, como un personaje patético que se emborracha por las calles de Dublín pero que no deja de emanar ternura, lucidez y soledad. Carta a mi mujer es un libro que vomita intensidad, escrito en una época en la que era difícil encontrar esa brutalidad narrativa, hosca y obscena pero natural en el poeta finlandés que se establece en Dublín, donde ya estuvo durante algún tiempo, un poco para hacer de trasunto de Joyce, pero sobre todo para distanciarse de su país y estar solo para escribir un nuevo libro. Ese libro, según él mismo propone al inicio, ha de salir a borbotones, como salga, sin corregir y con toda la sinceridad posible. Ese libro va a ser una larga carta –que envía a retazos- a su mujer, que ha permanecido en Finlandia, pero que proyecta reunirse con él en Dublín en poco tiempo.
   Pentti está obsesionado por el sexo y el alcohol. Estuvo casado cuatro veces, tuvo infinidad de amantes y murió alcoholizado antes de cumplir los cincuenta. Aunque, mientras que bebe y bebe de bar en bar durante todo el día, se niega a sí mismo el sexo (sufre también episodios de impotencia que narra a lo largo del libro), del que no para de hablar, porque ama profundamente a su mujer, a la que escribe, y sólo anhela acostarse con ella cuando se reencuentren: “Crees que estoy buscando separarme de ti. No lo hago. Pero tampoco busco el camino hacia ti. Querría acercarme aún más, a tu interior, de manera que te quedases enganchada a mi y que mi polla jamás se soltara de ti, jamás en la vida, y trataríamos de caminar, pero no podríamos ir a ningún sitio, ni hacia delante ni hacia atrás, nos fundiríamos en uno, en una estatua que Guggengeim compraría”, escribe Saarikoski.
   En la carta, además de la escritura, la bebida y el sexo, Pentti describe su periplo por un Dublín tedioso, la comida mala a la que siempre critica, sus cambios de alojamiento y humor, su falta de dinero, las noticias que trae la prensa la muerte de Martin Luther King, en un círculo repetitivo sobre el que va reflexionando, a veces de manera infantil, casi cómica y otras con una agudeza y sentido propio que aporta verosimilitud al relato. Pentti habla también mucho de Jesucristo y de Lenin, a los que ataca o alaba pasando de la alegría a la frustración o tristeza también dependiendo de la cantidad de ginebra bebida en esa característica bipolaridad del alcohólico atormentado, que se siente culpable y se define a sí mismo como inmaduro. Pentti se dirige a su mujer con miedo a perderla “Lo que deseo: saber amarte” escribe pero la ama y compone párrafos de amor intensos, poéticos, y por supuesto, eróticos: “Esta noche soñaré contigo, ya he decidido qué tipo de sueños tendré: caminamos por la orilla del Liffey, me cuentas lo que ha pasado en casa y luego vamos a una habitación de hotel a echar un polvo. Es de día, el sol brilla en tu rostro. Tienes un aspecto extraño, serio, y tu rostro busca el mío, y cuando estás lista, tu esfínter se contrae y está a punto de ahogarme, me levanto apoyándome en las manos, y miro tus pechos y tu vello y luego estallo, caigo sobre ti con pesadez y no existe un momento tan maravilloso como ese, es la única y verdadera absolución, la exculpación, la liberación”. Y define su vida con un lapidario: “Para mi escribir significa reconocer una derrota”. Amén.
Pablo Bonet Ayllón
Librero de Guardia 


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